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domingo, 13 de marzo de 2011

El ladrón de la Catedral se llevó las cruces pectorales y los anillos de dos obispos. Por Jesús Cañas

El hermetismo era absoluto. Toque de queda para todos los que están vinculados a la Catedral gaditana y su Cabildo Catedralicio. El objetivo era que no trascendieran las piezas que el pasado mes de enero sustrajo un ladrón de la Sacristía Alta del Primer Templo Diocesano. Tan solo una aclaración, realizada por el administrador de la Catedral, el padre José Vizo: «Las piezas no eran de gran valor. Era lo menos que podía haber pasado». Pero lo cierto es que este periódico ha podido conocer el botín que supuestamente Ramón R. E. (ya detenido tras robar hasta en dos espacios sagrados más) se llevó un domingo sin determinar del pasado mes de enero. En concreto, del armario de las dependencias desaparecieron dos estuches pertenecientes a anteriores obispos de la Catedral. Eran las cruces pectorales y los anillos de los obispos José María Rancés (prelado de Cádiz y Algeciras de 1898 a 1917) y Tomás Gutiérrez Díaz (obispo de Cádiz y Ceuta de 1943 a 1964).



Las cruces estaban realizadas en metales nobles como la plata y el oro y adornadas con pedrería. En el caso de la joya del obispo Rancés, la cruz estaba enriquecida con piedras preciosas. Todo un trabajo de orfebrería que, en el caso de algunos objetos, el ladrón se encargó de desmontar en trozos menores para intentar venderlas en tiendas de compro oro. En total, obtuvo 1.600 euros, tal y como puntualizó la Policía Nacional. Sin embargo, solo en su valor material podría haber sido tres veces más. Todo ello sin contar el evidente valor artístico, histórico y sentimental en piezas que solía utilizar el actual obispo Antonio Ceballos en celebraciones especiales como el Corpus o los Pontificales.


En cualquier caso, en la Catedral se conservan piezas de menos valor que las que se custodian, con importantes medidas de seguridad, en el Museo Diocesano. Controles también existentes en la Seo pero que no han podido evitar la sustracción de los atributos de los dos anteriores prelados.


En este sentido el padre Vizo sí quiso matizar que las medidas de seguridad son suficientes: «Hay instaladas nueve cámaras de seguridad además de candados en todas las capillas de la Catedral». Un sistema que se reforzó tras el robo de dos lienzo -que finalmente aparecieron- en abril de 2007.


En esta última sustracción todo parece indicar que el ladrón aprovechó una misa de domingo en la Catedral para vulnerar el cordón que se instala en los accesos a la girola durante las eucaristías. Una vez atravesado el cordón, Ramón R. E. accedió a la Sacristía Alta, contigua a la Capilla del Sagrario. Allí se custodiaban en vitrinas, entre otras piezas, las ya robadas que se encontraban allí mientras se ejecutan las labores de restauración en la sacristía baja.


Todas las estancias estaban en ese momento abiertas, incluyendo los muebles, ya que «probablemente el robo lo cometió mientras se realizaban los ofertorios», como puntualiza Vizo. Como el propio sacerdote remarca, «lo más seguro es que optara por llevarse lo menos voluminoso porque en ese armario se guardaban cosas de mayor valor». En este sentido, el administrador intentó no darle mayor trascendencia al hecho: «No eran cosas que se utilizaban en los cultos de la Catedral».


Sin fecha


En cualquier caso, la reconstrucción de los hechos parte de una hipótesis ya que no se sabe a ciencia cierta cómo ocurrió la sustracción. De hecho, en la Catedral el robo se descubrió más de 15 días después y para ese entonces el sistema de seguridad centralizado en el Museo ya no guardaba las imágenes capturadas por una cámara de seguridad, ubicada sobre la puerta de acceso a la Sacristía Alta.


Cuando se descubrió el robo fue cuando el propio Cabildo decidió denunciarlo de inmediato a la Policía Nacional. Hoy, con el supuesto ladrón ya detenido, en la Catedral prefieren no bajar la guardia. «Ahora la limpiadora o el sacristán cierran cada vez que salen de una estancia», explica resignado Vizo ante un robo «difícil de impedir».


Una sustracción que la Delegación de Cultura desconocía. Desde la propia institución confirmaban a este medio que no tenían constancia del robo, «al menos en el departamento donde deben denunciarse esos hechos». Ahora, con parte de las joyas desaparecidas para siempre, tan solo queda apelar al Catálogo de Bienes Muebles de la Catedral para poder rehacer las cruces y los anillos perdidos. Al menos para poder devolver a la propia Iglesia y a Cádiz el patrimonio que forjó su pasado y que ahora constituye su presente.

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