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lunes, 29 de diciembre de 2014

A Manolo Montero

Y fue un viernes por la tarde…
se tiñó de negro el cielo,
ni un murmullo recortaba
el clamor que hizo el silencio.
Mano a mano, hombro a hombro,
paso a paso, cuerpo a cuerpo,
llanto a llanto en las miradas,
sorbo a sorbo, rezo a rezo
se iba llorando la pena…
pero era lento, muy lento.
Y fue un Viernes por la tarde…
cuando el sol bordó un requiebro.
Negro el manto de su estampa,
pálida la tez de miedo,
lágrimas de amor sentidas,
puñal que atraviesa el pecho
y se clava en sus entrañas
y se acurruca muy dentro
de la pena compungida
que la Virgen va viviendo.
Llora Victoria su llanto,
reza la Virgen su rezo;
que un hijo de sus entrañas
entre sus brazos se ha muerto.
Y fue un Viernes por la tarde
cuando su luto fue duelo…
Que lo portaban a hombros
unos pocos hombres buenos.
Seco invierno que se helaba
en sus manos y en sus dedos,
de oraciones que se escapan
en suspiros y lamentos.
Diadema que no corona,
rosario en plata y en negro.
Que no existe mayor pena
que saber que allá en el cielo
se llevan al que en la tierra
más la quiso sin remedio.
De nácar y espuma blanca
cubrió Victoria con celo
su rostro, que no se viese
su llanto y su desconsuelo.
Y fue un Viernes por la tarde
que se enturbió el firmamento…
Alma subiendo a la gloria,
cítaras tocan al vuelo
una legión de angelotes
que le forman el cortejo.
Y allá arriba, Madre mía,
en el altar de los cielos
prende carbón con su mecha
y va quemándote incienso
y derritiendo la cera
que pone en tus candeleros.
Acicalando tu cara
te la acaricia con miedo.
Ya por fin frente por frente
tu rostro y su ojos llenos
de la emoción contenida
por besarte con sus besos,
por tenerte entre sus brazos,
por rozarse con tu pelo,
por consolarte tu pena,
por conocer el misterio
que escondido aquí en la tierra
guarda Victoria en secreto.
Y allá desde las alturas
tiene vivos sus recuerdos,
vuelve sus ojos al mundo
vuelve a velar en silencio
por quienes en la Castrense
están velando su cuerpo.
Que fue un Viernes por la tarde
en ese mismo momento,
cuando Victoria le abría
las puertas del mismo cielo.
Que no hay lugar para el llanto,
ni para el luto ni el duelo
porque está vivo, ¡¡está vivo!!
resucita, no está muerto.
Y allá desde las alturas
prende un pabilo de ensueños,
monta el paso de la gloria
varales, palio completo,
orfebrería repujada,
brocados y terciopelo,
jarras, flores y faldones
de oraciones y mil rezos
que ofrece mientras la Virgen
le consuela sus desvelos.
Y fue un Viernes por la tarde
cuando el corazón dio un vuelco:
Que Victoria en su regazo
lleva a Manolo Montero.
Y al entonarle la salve
sin querer se paró el tiempo…
y ese viernes por la tarde
y sólo por un momento
muy cerca de la castrense
de luto se vistió el cielo.

Fdo. Vicente Rodríguez. Hermano Mayor de la Cofradía del Stmo. Cristo de La Expiración
 y María Stma. de La Victoria