Las coronaciones canónicas cofrades son y con bastante fundamento, un acto de exaltación a la persona de Santa María a través de su imagen titular. Las hermandades se han esforzado durante años en presentarlas como reinas. Miman su ajuar, ponerle una corona y enjoyarla como eso, como reinas. Y para eso los cofrades hemos tenido como nadie esa sensibilidad de presentarlas como la reina de nuestra cofradía, de nuestra casa y de nuestro entorno social.
Pero quizás en este caso de la coronación de la Virgen de los Dolores no se puede decir lo mismo. Estamos ante una imagen, que no admite modas pasajeras o efímeras. Con un canon centenario propio a la hora de presentarla, ni admite que le pongan más cosas para mostrarla con más poderío, que las que las propias de ese canon, que aunque cambie el marco con más o menos velas, está visto y comprobado que no se puede cambiar por simple gusto. Es más, todo lo que se sale de ese canon de la tradición como que incomoda.
Tampoco coronamos una devoción de multitudes, que cuando se asoma a la calle se parte las manos aplaudiendo para recibirla. Más bien todo lo contrario. Estamos ante una devoción callada, silenciosa, contemplativa. Quizás más que una multitudinaria devoción, son gente que en este valle de lágrimas, se han visto reflejados en el cristal de sus lágrimas. De súplicas silentes que se guardan en el cofre de sus manos entrelazadas. Más que de bullicios en la procesión, de gente cansada de toda la semana santa, que espera el broche de oro que la cierra No coronamos a ninguna reina, sino más bien todo lo contrario como si nos recreáramos en el fracaso de una mujer. Porque se corona su llorar, pero llorar de pie, firme, serena.
En los momentos más amargos que podamos recordar, nunca lloramos de pié. Buscábamos asiento, apoyo, esconder la cara entre nuestras manos. Sin embargo ella, firme, al pié da la Cruz. Cuando la noche era más negra incluso más, que los terciopelos que la envuelven. Cuando la tierra tuvo el Sol más adentro escondido, tuvo la esperanza que volvería a salir el Sol. De pié, firme, con la vista borrosa por las lágrimas, pero de pie. Su silencio, su estar sin destacar. El estar junto a la Cruz, no gusta, se aparta la vista. Ahí es donde Cristo se muestra que es el que tiene “el nombre sobre todo nombre”. Salomón, cuando fue proclamado como Rey, bajó del trono y besó a su madre, y la subió al trono para compartirlo con ella. Y su Hijo es alguien más que Salomón. Cristo coronado de espinas, reina desde la cruz, y con ella comparte su realeza desde ese sitio
En el 2007, coronábamos de manera terrenal en nuestra catedral a La que está en el Cielo. Ahora no se corona un triunfo o una vida acabada. Se corona su saber estar, su entereza, su esperanza en la noche más oscura. Coronamos a La que estuvo al pie de la Cruz, y ahí se triunfa a lo grande, sin triunfalismos, sino en silencio, como hizo ella. No se corona a una reina. Se corona a La Sierva del Señor. Por favor, no la rebajemos a reina.
Fdo. Ramón Fernández Ruiz
1 comentario:
Ya era hora. Felicitemonos todos
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