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domingo, 24 de octubre de 2010

Solo dos adoquines

Van para treinta años que mi vocabulario comenzó a ampliarse con palabras nuevas, como corriente, fiador, costal, llamador, Gran Poder, Montserrat, Monte-Sión… Pese al tiempo transcurrido, recuerdo perfectamente donde estaba cuando escuché por primera vez dos palabras que desde entonces se han hilvanado en mi vida de forma ya indisoluble. Recuerdo el lugar e incluso a la persona a la que le escuché por primera vez decir aquellas dos palabras conjugadas, con las que años después bauticé a mi hija: Esperanza Macarena.

Soy forastero, como otros tantos. Sé de la ilusión de los chiquillos sevillanos por recorrer la rampa del Salvador por referencias. De oídas. Por eso, siempre que el calendario da la vuelta para el cofrade en los días primeros de la primavera pido permiso para entrar en Sevilla.

Mis antepasados no hicieron grande esta Semana Santa como los de tantos sevillanos, pero me permito llamar a la puerta y entrar a sabiendas de que, pese a la multitud, mi respeto y admiración a todo lo que la ciudad es capaz de mostrar durante nueve jornadas, de Domingo a Domingo (con mayúsculas) contando como una más la Madrugá, es el único salvoconducto que se me exigirá para poderme hacer un hueco en cualquier acera y estar en el único lugar del mundo donde quiero estar en estos días.

A mis cuarenta y muchos años ya, la vida comienza a sosegarse. Las incertidumbres juveniles quedaron atrás y aunque la vida no está exenta de sobresaltos y sorpresas, no es menos cierto que a estas alturas ya comienzas a disfrutar de una cierta estabilidad, personal, profesional y familiar. No he sido hombre de grandes ambiciones, aunque sólo sea por aquello de que “no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”. Por ello, a estas alturas, a menos desde mi condición de cofrade, tengo claro donde quiero estar en el resto de las primaveras que me quedan por vivir, mientras que mi cuerpo sea capaz de sostener mis ganas por revivir cada año, como si el tiempo fuera la rueda de una rueca que hilara los recuerdos, los instantes que marcan de fiesta la memoria.

Sé que somos muchos y que no hemos hecho mérito para que Sevilla nos haga un sitio, por eso cuando compruebo ya que la Virgen de la Aurora se me pierde por la calle San Luis y es imposible prolongar la ensoñación, emprendo el camino de vuelta dándole gracias a esta ciudad, por ser como es y dejarme asomarme a ella.

Hay quien ansía una parcela para construirse un chalet e incluso los hay que, si pudieran, se compraban una isla para ellos solos. Yo sólo ansío poder tener un par de adoquines en Sevilla donde depositar mis pies y encontrarme a mí mismo cada Semana Santa.

Gracias Sevilla.


Manuel Bernal Andamoyo.

Publicado en la Revista de Cope Sevilla “Saeta”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Después querrá el Sr. Bernal ser pregonero de la Semana Santa de Cádiz.....¡¡ver para creer!!