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viernes, 5 de junio de 2015

Aquel Corpus magno de 1906

El alcalde Cayetano del Toro orquestó tras la magna de la Semana Santa de ese año una esplendorosa procesión eucarística con once imágenes 

Una de las jornadas de Corpus que está escrita y dorada de sobremanera en los libros de nuestra historia, ocurría durante la alcaldía de Cayetano del Toro y Quartiellers. 

Tras el rotundo éxito obtenido por la Junta de Procesiones en la Semana Santa de 1906, donde se celebró la primera procesión magna de la ciudad en la tarde del Viernes Santo, no le pasó por alto el llevar un análogo pensamiento para enaltecer esta solemnidad. Así, fue disponiendo un verdadero entramado, contagiando de su ilusión y fervor religioso a todas las partes implicadas. 

Con fecha 12 de mayo del mismo año, dirige una carta conformando la preparación de la festividad del Corpus al obispo de la diócesis, José María Rancés y Villanueva. En ella le comunicaba su deseo de "dar mayor grandiosidad a la procesión regocijando así a nuestro culto y católico pueblo". Por ello, el alcalde exponía que para ganar aún más en solemnidad y vistosidad, la hermosísima Custodia de plata fuese acompañada de otras once imágenes de sumo interés. En contestación al atento oficio, nuestro prelado dio autorización expresa a este proyecto, teniendo en cuenta "las rectas y sugerentes intenciones" de Cayetano y comprendiendo el solo propósito del "aumento en el esplendor del culto externo de nuestra Santa Religión". 

Se configuró así una especie de Corpus Magno, con imágenes secundarias que llamaran y mucho la atención y que antecedieran al principal protagonista. Así, empezaron rápidamente con las gestiones en iglesias y hermandades, como las que se hicieron al prior del convento de San Francisco, al que le fueron pedidas dos parihuelas de su propiedad; a la madre superiora de las Hijas de la Caridad de la Casa Cuna, para cuatro juegos de candelería; o al mayordomo de la Esclavitud del Santísimo, para pedir las andas y caídas del paso de San Miguel, que se utilizaba en la procesión de la Octava de dicha festividad… 

Como un especial acontecimiento, que sin duda lo era, se pedía al director de Ferrocarriles Andaluces el establecimiento de trenes especiales de ida y vuelta con precios reducidos desde Sevilla y con finalización en las últimas horas de esa jornada. También, como anécdota, apuntamos el envío de cien programas anunciadores de las fiestas para Gibraltar, Algeciras y Tánger por la Compañía Trasatlántica. 

El día 13 de junio, víspera de la procesión del jueves, se trasladaba nuestra rica Custodia desde la iglesia de Santa Cruz a la Catedral, quedando escoltada ésta hasta el día de la salida por la Guardia Municipal. También se inauguraba la tradicional Velada por la carrera, que ese año se prometía más brillante que nunca. Con todas sus calles debidamente toldadas y enarenadas, con las fachadas de sus históricas casas repletas de colgaduras e iluminaciones. Nuestro Consistorio, con vistosos adornos de banderas, guirnaldas de flores y arañas de cristal. La plaza de Isabel II presentando seis novedosos candelabros, colocados en su parte central. Dos bandas fueron contratadas en la anterior plaza y en la de Catedral… Así aparecía nuestra ciudad en este día antecesor de la gran fiesta. 

Las primeras procesiones parciales abrían la esperada mañana de Corpus. Desde Santo Domingo, a las 7 y media de la mañana, la Virgen del Rosario y el Niño Jesús daban encuentro a otras que aguardaban para unirse en la Iglesia de San Juan de Dios: las imágenes de San Blas, San Dionisio y San Rafael de la Hermandad de la Caridad, todas con destino a la Seo gaditana. A las diez y media de la mañana estaban citados en la Casa Consistorial todos los asistentes de la Corporación municipal y los invitados a la procesión para dirigirse capitularmente al primer templo. Un dato destacable es que según relación de los mismos, fueron más de ciento veinte las personalidades que concurrieron a tan solemne acto. 

 A las once de la mañana daba comienzo la procesión con el siguiente orden: abría la comitiva una sección de guardias municipales, seguida de una cruz de mano adornada de flores y acompañada por cincuenta niños y ancianos de la Beneficencia con velas. Tras ellos, las insignias de todas las cofradías, destacando entre ellas la de la Divina Pastora, con bellos adornos de plata. Las imágenes de San Francisco Javier, copatrón de la ciudad y ubicada en la propia seo catedralicia y de San Roque, propiedad del Ayuntamiento y que rendía culto en la parroquia de San José de Extramuros, acentuaban su belleza en los pasos luciendo caídas de tisú de oro. Inmediatamente formaba la Esclavitud del Santísimo y Ánimas. La plata de los bustos de San Blas y San Dionisio; las efigies de la Roldana, San Servando y San Germán, siempre acompañando al Santísimo como verdaderas autoridades y protectoras de la ciudad. El Arcángel San Rafael, de tantísima devoción gaditana. San José Patriarca, de la parroquia de Rosario, igualmente en andas con caídas del mismo efecto. La Hermandad del Dulcísimo Nombre de Jesús, con la imagen del Niño en su paso. Los alumnos del seminario de San Bartolomé, las cruces parroquiales y la de la hermandad de San Pedro, el clero y tribunal. Los clérigos precedían a la cruz catedralicia, de gran valor y atribuida a Alfonso X el Sabio. Los capellanes de coro y beneficiados de la Catedral, acompañados por el Cabildo. Tras ellos, el lábaro, conducido por un concejal. Tres pasos antecedían y guardaban a nuestra Custodia: la portentosa imagen de Nuestra Señora del Rosario, La Santa Espina (donativo que fuera del ilustre Francisco de Estrada) y el Lignum Crucis, en cruz de cristal de roca con remates de oro. Después del Santísimo, el palio conducido por los sacerdotes y el obispo. En una bandeja de ágata, que afirman sirvió para la entrega de las llaves de la ciudad, iba el solideo del prelado cerrando cortejo. 

 Emotivos momentos se vivieron en la calle Nueva, donde hubo lluvia de flores al paso de la Custodia y la llegada del cortejo a la calle Cristóbal Colón a su paso por la Casa de las Cadenas. Nuestro polifacético corregidor llegó a constituir una auténtica liturgia por las calles de Cádiz, fruto de la mejor elaboración y solo digno del buen gusto. 

Una vez finalizada la procesión, al regresar el Ayuntamiento a la Casa Consistorial, el capellán de la ciudad ofició una misa en la iglesia de San Juan de Dios. 

La jornada sería completada por una novillada por la tarde y la vuelta de las sagradas imágenes a sus respectivos templos. El final llegaría con dos conciertos de bandas de música. 

Cayetano del Toro hacía partícipe una vez más a su señorial y religioso pueblo del infinito talento que atesoraba. Que nos sirva esta histórica reseña, como un verdadero ejemplo de demostración pasional, plasmado brillantemente en esta alegre y jubilosa jornada de nuestro sentido y tradicional Corpus Christi. José 

Manuel Ruiz García

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